Hasta ahora solamente se ha trazado una pincelada biográfica de los primeros años, un apunte incompleto, como fuerte indicativo de sus grandes cualidades. De aquí en adelante, la paleta se verá usada con intensidad, porque los cinco años restantes son los definitivos. De 1931 a 1936 vivió Onésimo entregado a la actividad política.
Años de turbulencia y de fundación, de proselitismo y de milicia, de sacrifico y de persecución, años de clandestinidad y de encarcelamiento, de ilusión, de esfuerzo, de esperanza y anuncio de la muerte.
La creación del Sindicato Remolachero y la coligación como abogado nos dicen ya un ordenamiento de apuntalarse en Valladolid, cuartel general del futuro de sus actividades. Es joven, dinámico e inteligente, y entre el despacho y los frecuentes desplazamientos a los pueblos, con sus veintiséis años, da comienzo a la más importante empresa que le ha de conceder la inmortalidad.
Onésimo, para los políticos de blandenguería, acomodaticios, sin el peso de la conciencia por lo que sucedió y sin vuelo en el pensamiento para lo que se acerca, para ésos, Onésimo es un cerebro enfermizo y un loco de ambiciones inconfesables; para los otros, para quienes se ven sujetos a sectas internacionales y obedecen órdenes extrañas que hipotecan la independencia. empequeñecen el decoro nacional y fomentan la dislocación de las tierras, de los hombres y de las clases de España, Onésimo es un joven peligroso, un enemigo cierto. Para sus camaradas es el fundador de una doctrina salvadora, el español práctico, el ejemplar falangista, que hace de su vida estilo y norma y es la síntesis más acabada del concepto y de la expresión. Para España, el monumento elevado en el pueblo de Labajos, la losa que definitivamente cubre sus restos en el cementerio de Valladolid, el calvario que se levanta entre los riscos del Guadarrama y la Laureada del escudo de aquella ciudad son las mejores razones para decir quién fue Onésimo Redondo.
Más bien alto, de complexión fuerte, de pelo rebelde, tan rebelde como las nuevas ideas que aportaba; de mirada penetrante y firme, con ojos de iluminado campesino; ágil de pensamiento, rígido de costumbres, fuerte en el mando, fácil de pluma, valiente y decidido. Este era Onésimo, el hombre ideal para despertar a Castilla de su letargo. Si fuese posible definir a los hombres por uno solo de sus conceptos, la definición de Onésimo estaría reflejada en esta frase lapidaria:
Si Castilla muere, España muere. Mientras Castilla esté dormida, dormirá España.
A quien analice sinceramente a través de este pensamiento el espíritu y la ambición nacionales del jefe castellano no le será permitido atribuir a Onésimo una visión localista, estrechez mental o pedantería provinciana, sin ojos para mirar la anchura que la Unidad de la Patria exige en todo propósito grande y libérrimo. Tal intento seria vano e inútil y bueno para ofender el sentimiento del que tuvo motivo, intuición y coraje para crear y dar aliento de alma a un movimiento de juventud. En su amor a España no había fijado límites, y solamente por convencimiento histórico y genio español sabía que Castilla se levantaría en algún momento por la gran responsabilidad que le estaba señalada en el resurgimiento nacional. De tal manera proclamaba esta gran verdad, que por ello -sin menosprecio para ningún otro lugar de España- reiteraba la afirmación:
Si Castilla muere, España muere. Mientras Castilla esté dormida, dormirá España.
Convendría precisar, no obstante, el concepto de Castilla según lo entendería Onésimo. Cuando él escribía de tal modo se refería a «Castilla pura, la que no es más que Castilla, la de siempre. Aquella que puede ser una sucesión de valles tenues y páramos nivelados, cortejando al Duero por las dos vertientes. La conexión suave y hermana de varias tierras muy parecidas entre sí: Tierra de Campos, tierra de Salamanca, tierra de Medina, tierra de Burgos, de Soria, de Segovia, de Zamora, etc; es decir, los 90.000 kilómetros de territorio central, con sus dos millones o pocos más habitantes que holgadamente la pueblan.» No por capricho circunscribía Onésimo de este modo a Castilla, porque él tenía completo conocimiento de lo castellano en España y sabía muy bien que «es condición de Castilla el ensancharse saliendo al mar por Santander y teniendo a sus hijos y sentimientos esparcidos por muchas ciudades del litoral y, lo que históricamente es de mucha mayor importancia, fundiéndose insensiblemente con Aragón, consorte perpetuo de Castilla». Onésimo hablaba de Castilla en España «en el sentido de contrastar su relación con el letargo de la Raza, su actividad durante la llamada decadencia y su postura cuando, sin posible aplazamiento, afirmaba él que se venía ventilando la nación española el rotundo dilema de volver a ser o resignarse a la ruina>>.
«Obsérvese cómo en esa Castilla pura, o sea la España castellana y rural, resulta ser un hecho la Unidad admirable. Lo mismo que es sensiblemente uniforme su altitud terrenal es uno también el temperamento, una la creencia y una la tradición. Saliendo de nuestras extensiones, nadie sabe ni puede recordar diferencias entre el hombre de Soria y el de Salamanca, entre el campesino y el «charro», el burgalés o el segoviano. De la tierra del Cid - continuaba diciendo Onésimo- se va sin transición notable a la de Isabel la Grande- Felipe II contempló en su niñez horizontes bien parecidos a los que profetizaba Fray Luis; desde Almazán se baja a las tierras charras sin que la curiosidad de lo vario distraiga al caminante. Los mismos alimentos, idénticas labores, canciones semejantes y espíritu gemelo. Nada se encuentra en extensión y en intensidad que sea tan uno como la meseta castellana, ni en fraternidad de suelo, necesidades, creencias y filosofía colectiva. Y a esta cordial y concentrada unidad se junta la condición y también el camino de esa voluntad unitiva. Sólo Castilla quiso siempre y supo unir. Y unir a través de millares de lenguas y por encima de los mares y de las cordilleras.
“Por fortuna, en lo que se llamó europeización de España, Castilla permaneció incontaminada ea su retiro. No perdió el equilibrio; pero su sopor de dos siglos es lo que explica la persistencia de los males españoles. La renuncia, la apatía pertinaz de Castilla ha sido la dolencia radicular del árbol español”.
Se ha recogido este pensamiento porque latía en su corazón generoso, afectivo e intransigente, con el intento de perfilar una semblanza y recoger después las pruebas que desde las páginas de Libertad le acreditan el calificativo de «Caudillo de Castilla».
* * *
Onésimo no se conforma con haber iniciado su etapa sindicalista, no le basta con haber despertado entre la gente labradora un espíritu de solidaridad económica y social. Presiente que lo principal de su acción ha de moverse en otro campo de actividades de mayor trascendencia y es ahora cuando debe iniciar esa empresa que libere a España de la quebradura territorial, de la disociación de sus hombres y de la hostilidad de sus clases. Esta labor política es la que pretendemos poner ante la consideración del lector; pero sirva el anticipo de que, por temperamento y sentido ideológico, no ha de ajustarse a las estrechas miras de cualquier parlamentario. En este fondo de rebelión es donde está el germen de su tarea y la base de su doctrina política.
Nos hallamos ya ante la triste realidad de la segunda República española. El régimen fraguado en las logias masónicas ha descorrido el trasfondo de sus torpes intenciones y acusa su línea antinacional y marxista. Muy pocos días fueron suficientes para que apareciese la verdad de un pensamiento desalmado en aquella provisionalidad de Gobierno que hizo posible la humeante jornada del 11 de mayo, para escarnio de la fe y para mejor ejemplo de la anarquía y de la incivilidad, en aquella provisionalidad de Gobierno que se precipitó a la legislación más desordenada y hostil. hiriendo tradiciones y sentimientos.
Han transcurrido solamente dos meses y Onésimo comienza los escarceos entre la juventud con la publicación del semanario Libertad. Estamos exactamente en el 13 de junio de 1931 cuando aquel pasquín volandero aparece como un reto y una esperanza, como un clarín de llamada y un principio de algo nuevo y renovador. Su título confunde a todos. A los unos, porque piensan que Libertad no puede titularse así otra cosa que no sea vehículo de un libertinaje; a los otros, porque tras la palabra encuentran textos de una vibración desconocida, con un lenguaje seco y fiscal. ¿Es
un periódico de la reacción? ¿Es una publicación izquierdista? Ni lo uno ni lo otro; Onésimo se desentiende de los dos polos y busca la Libertad de España, aunque el título desconcertante sirva para inutilizar uno de los tres mitos de la antipatria. Ahí está el valor y el acierto: enarbolar un título que penetre en los oídos de todos y envuelva una consigna fundamental para la revolución que aspira.
Libertad es de jóvenes, y a los jóvenes se consagra preferentemente. No nos importa contar o no con una mayoría borreguil ante las urnas y repudiamos el concurso de las multitudes embragadas de desorden por las calles. Disciplina y audacia es nuestro lema. Las naciones pertenecen siempre a las minorías con fe y organización. Dándolo todo al ideal antes de comenzar, a nadie tememos.
«¡Por España grande, por España verdaderamente libre, a la lucha!»
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