miércoles, 2 de diciembre de 2009

Programa nº28 de "La Gran Esperanza".

Editorial de La Gran Esperanza: Nada nuevo bajo el sol


Nada nuevo bajo el sol. Si cerrásemos los ojos y nos trasladásemos en el tiempo, a lo largo de los años, de las centurias pasadas, a cualquier otro momento de nuestra historia y nos preguntáramos cuales serían los problemas del momento, la respuesta siempre sería la misma: La Revolución Pendiente.

Inexorablemente el socialismo de base, que surge siempre de una reivindicación justa – se transforme después en lo que se transforme – nos pondría de nuevo ante la tesitura de resolver siempre los mismos problemas: La crisis, el desempleo, la explotación, la inseguridad, el campo, la miseria, la especulación, la intermediación salvaje, la usura, el beneficio desmedido, la falta de liquidez y de financiación, de acceso a la propiedad.

Nos pondría también ante la destrucción del tejido industrial, de las explotaciones agrarias, de las familias, de las cooperativas y de las PYMES, las grandes olvidadas en todas las reivindicaciones. Y nos pondría ante el enfrentamiento entre distintos, entre clases, entre patrones y obreros, entre sindicatos, entre partidos; Nos obligaría a pasar por encima de otros para reivindicar lo propio, con el consiguiente descalabro y la inutilidad e injusticia del esfuerzo.

El próximo día 12 de diciembre, las movilizaciones obreras nos devolverán a la realidad, como, los pasados 20 y 21 de noviembre, lo hicieron las agrarias y ganaderas; Nos traerán de vuelta de ese aburrido viaje en el tiempo en el que nada cambia y en el que las propuestas caducas, por parte de todos, siempre son las mismas.

No tenemos nada que objetar al documento conjunto de UGT y CC.OO. leído con rigor, como nada teníamos que oponer - de ninguna manera - a las justas reivindicaciones del campo a las que desde aquí nos unimos. 12 propuestas y una conclusión que, con ligerísimos matices, ha de ser asumida por todos.

La grave crisis es, ciertamente y como ellos afirman, producto de un sistema financiero, globalizado, desregulado y capitalista, cuyos evidentes excesos nadie se ha ocupado de impedir y se nos han vendido como crecimiento, solvencia, libre mercado y estabilidad. Su resultado: la destrucción, el desempleo, el salvamento de los bancos.

Todo producto, sí, del “raquítico” Estado Liberal, pero también - y este es el otro problema - de las caducas respuestas de los sindicatos horizontales y de clase.

Es cierto que la protección laboral nació como necesidad de defensa ante los desmedidos deseos del capital sin control. Como freno ante la voracidad de los frecuentemente inescrupulosos empresarios; pero ese modelo es producto de una estructura global, a la que tanto contribuyó el propio marxismo internacionalista y materialista. Una estructura propia de multinacionales sin patria, en la que lo que prima es el coste de producción bajo y los mercados potenciales.

Ante ellos era la protección. Y son ellos, sin embargo, los que en verdad aprovechan con frecuencia la situación de crisis para despedir, bajo múltiples fórmulas, a buena parte de sus trabajadores.

¿La causa? El descenso de quizá un una o dos décimas de dígito en sus pingües beneficios, mediante ERES y otros sistemas. En esto, los sindicatos tienen razón.

Pero, ¿y nuestras pequeñas y medianas empresas? ¿Y nuestros autónomos? Representan el 80% del tejido español, son frecuentemente locales, familiares, pero se rigen por los mismos criterios legales de defensa de derechos que aquellos monstruos para los que fue creada la protección. Y se mueren. Se mueren solas.

Ellas, que defienden el empleo hasta el final, que no se plantean cambios entre sus empleados, ya no por el descenso de los beneficios sino incluso tras años de pérdidas continuadas, están solas. Sin acceso a los capitales, sin protección social, sin alternativas y liquidando sus sociedades con los mismos costes en que incurren las multinacionales. Porque nadie pensó en ellas. Porque nadie pensó en nosotros, en el 80% de los empleos españoles.

Se asustan quienes nos oyen decir que es imprescindible la participación activa de los trabajadores en los medios de producción. Que han de acceder a la propiedad tanto en el campo como en la ciudad, que es misión del estado facilitar esto, ocupándose de los servicios públicos y nacionalizando el crédito, haciendo accesibles los capitales al tejido social.

Pero se asustan tanto los liberales, los empresarios convencidos del libre mercado global y del capitalismo galopante, como los trabajadores que creen que el acceso a la propiedad es tan sólo la colectivización por parte del Estado y la expropiación sin más responsabilidades.

Y es que una vez más las reivindicaciones de los sindicatos, incluidos los agrarios, eluden una respuesta que contribuiría a dar con la solución: hay que superar los modelos económico, laboral y sindical actuales. Hay que construir una sociedad basada en el acceso a la propiedad de los trabajadores, como producto del esfuerzo común, con una función social que cumplir, más allá del infinito y desmesurado rendimiento y con acceso adecuado a los capitales, a unos capitales que ha de proveer la iniciativa privada y emprendedora, allá donde sea posible, y el Estado, a coste propio, donde sea necesario.

Porque no habrá solución si se trata de unos contra otros. De unos por encima de otros. No habrá solución si los derechos no vienen acompañados de obligaciones, si la participación no se asume en todos sus extremos, si asumimos que es distinto ser empresario de ser trabajador; sin entender que no hay empresa sin el trabajo de todos. Ni hay trabajo sin empresas.

Sin asumir que los sindicatos no son una suerte de excedencia para unos pocos - una fuente de poder - sino el modo de articular la participación del hombre en la sociedad más inmediata, el mundo laboral, en la construcción del tejido productivo, en el arma para engranar capital, trabajo, intelecto, innovación, emprendimiento.

Desde Sorel – que influyó en casi todos - hasta nuestros días, se ha especulado mucho acerca de las fórmulas posibles, pasando, por supuesto, por todos los maestros del marxismo y las escuelas inglesa y alemana. Y también por las fórmulas nacional-socialista y fascista del primer tercio del siglo XX en Alemania e Italia.

Se ha especulado acerca del papel del hombre dentro del proceso productivo; y en la medida en que aquellos lo quisieron convertir en simple mano de obra sin sentido trascendente, fracasaron y volverían a fracasar hoy.

Fueron José Antonio, Ramiro y el resto de nuestros fundadores, los que lograron una fórmula - aún pendiente - que funcionará, que funciona, que devuelve su sentido al hombre y lo convierte en una fuerza vital para la convivencia y la construcción, que supera todas las barreras y que, a nuestro modo de ver, es la única alternativa a los modelos caducos. Se llama Nacional-Sindicalismo.

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