miércoles, 13 de enero de 2010

Un hijo de puta enamorado.


Los presos de ETA, casi 600 en España y unos 170 en Francia, han iniciado una serie de gestos de protesta en las cárceles. Cumplen órdenes de la banda, metida en una situación, por suerte, muy difícil. Antes de esta llamada a prietas las filas, la banda terrorista ha expulsado de ese grupo de reclusos a cinco de ellos. Cuatro son sanguinarios terroristas condenados, por ejemplo, por participar en crímenes como el de Gregorio Ordóñez o Fernando Múgica. Y uno, el quinto, Jorge Uruñuela, es un joven condenado a 16 años por quemar dos establecimientos comerciales. Y ETA le expulsa por varios motivos, uno de ellos, el amor.

Hemos leído y oído estos días que ETA expulsaba a cinco de sus presos por distintos motivos, pero el caso más especial es el de este joven, Jorge Uruñuela, que casi no llegó a ser etarra. Uruñuela nació en Barakaldo (Vizcaya) hace 32 años y está preso desde 2006 porque la Audiencia Nacional lo condenó a 16 años de prisión. Sus delitos fueron quemar un concesionario de coches y una sucursal bancaria en su pueblo, Barakaldo.

Lo que algunos llamaban desafortunadamente, un chico de la gasolina, un tipo de kale borroka, vamos, pero no, todavía, un etarra. Era un integrante activo de la cantera de ETA. Tenía 22 años cuando estaba ya en la kale borroka. Pero a él le cogieron. Y fue condenado a penas durísimas, con el cambio de ley, que también le pilló de lleno. Fue condenado a más prisión que, por ejemplo, algunos asesinos. Lo cierto es que cuando Uruñuela ingresó en prisión cumplía todos los requisitos de riesgo para entrar en ETA.

Todavía hoy, el que entra en ETA o en organizaciones satélite, encuentra allí amigos, novia, un grupo o cuadrilla, hasta respaldo. Está integrado, le hacen sentir que forma parte de algo. Y Uruñuela tenía, por ejemplo, una novia, Irantzu Abad, que formaba parte de ese mundo.

Además, en 2005
, estos dos jóvenes cachorros de terrorista sufren un hecho que les hace ascender en la mitología de ese mundo. Jorge estaba siendo juzgado en la Audiencia Nacional y su novia viajaba a apoyarlo, como hacen muchos familiares de presos etarras. A su regreso al País Vasco, el 1 de junio de 2005, ella sufrió un tremendo accidente de tráfico que la mantuvo en coma varias semanas. Eso la hizo ser una mártir y su foto empezó a salir en las manifestaciones de apoyo a presos de ETA. Ya recuperada, la joven escribió un artículo, en Gara, claro, dando las gracias a Euskal Herría y expresando el amor a su novio, que entonces cumplía ya 16 años de prisión. Ella pasó a ser un símbolo e incluso bailó el aurresku de bienvenida cuando un dirigente de Herri Batasuna, Ángel Alkalde, salió de prisión y volvió a su pueblo.

Y otro suceso más elevó al joven preso, aprendiz de etarra, a icono de ese mundo tan necesitado de mitos falsos, de héroes prefabricados… Otro joven preso por colaborar con ETA, Roberto Saiz, alias Baru, murió en 2006 en su celda de la cárcel de Aranjuez de un infarto. Baru había sido compañero de celda de Uruñuela en Soto del Real. Y Uruñuela escribió entonces, de nuevo en Gara, otra carta, muy sentida, de agradecimiento a su compañero. No era la carta típica de un etarra. No hablaba solo de lo que ellos llaman su lucha ni anunciaba que seguirían matando… Uruñuela escribía –y esto no pasó inadvertido para los especialistas en lucha antiterrorista– “me quedo con el Baru que amaba y esperaba su ansiada vuelta a su Portugalete de toda la vida, me quedo con tu forofismo por el Athletic” (de Bilbao). Hacía un retrato de una persona mucho más allá de su militancia, que es justo lo contrario de lo que quiere un grupo cerrado y terrorista como ETA.

Jorge Uruñuela, ya estaba dando señales de que no era un etarra normal, disciplinado en prisión. El buen etarra preso no puede trabajar en la cárcel, tampoco apuntarse a ninguna actividad, ya sea el equipo de fútbol, un grupo de lectura, teatro... Debe además aceptar los abogados que el grupo decida, que son siempre fieles a las instrucciones que reciben de la banda, claro. No puede aceptar permisos, beneficios de ningún tipo, tampoco pagar las indemnizaciones a sus víctimas. Y no puede, bajo ningún concepto, relacionarse con otros presos, los comunes. Sólo puede estudiar alguna carrera y respaldar todas las acciones de protesta.

Esa imagen de presos curtidos y fanáticos dispuestos a todo, arriesgar su vida como los del IRA no corresponde mucho con la mayoría de presos etarras, con excepción de asesinos veteranos como De Juana Chaos, por ejemplo. Ahora los presos etarras no hacen nada en prisión, pero sí quieren su agua caliente, disfrutan de su piscina los que la tienen… Eso sí, los etarras siempre dicen que son presos políticos, desprecian a los presos normales, digamos. Aunque este desprecio es recíproco. Hubo un preso etarra que llegó a ponerse en huelga de hambre porque le hacían compartir celda con otro recluso no terrorista.

Y Jorge Uruñuela incumplió algunos de estos mandamientos del buen preso etarra. Como los otros cuatro expulsados de ETA. Los incumplió todos. Firmó escritos en contra de la violencia y los asesinatos, rechazó los abogados de la banda, no participó en sus gestos carcelarios, como ponerse camisetas con mensajes sobre los presos y el imaginario radical… Pero, sobre todo, a finales de 2008 se saltó otro mandamiento, aunque esta vez fue por amor.

La banda acepta que sus miembros puedan tener relaciones con otras etarras –Txeroki lo estaba haciendo cuando lo detuvo la Guardia Civil–, pero no con personas digamos normales, de fuera de ese grupo. Mucho menos, con policías, guardias civiles o funcionarios de prisiones. Y Uruñuela se enamoró en la cárcel y, además, de una de esas personas.

A mediados de 2008, treinta mujeres que quieren trabajar como funcionarias de prisiones llegan a la prisión de El Dueso, en Santoña (Cantabria). Había mujeres ya admitidas y otras becarias, que habían superado la fase teórica e iban a hacer allí prácticas de 18 meses. Y allí estaba ya Jorge Uruñuela, que permanecía en una cárcel muy cercana al País Vasco porque ya se había pronunciado contra ETA.

Una de esas becarias, que se encargan de contar a los presos, de vigilar su txabolo, su celda, de acompañarlos cuando tienen visita o para que hagan alguna llamada telefónica, se fijó en Jorge Uruñuela. Y él también se fijó en ella. Y empezaron a hablar. Compañeros suyos han contado que tuvieron una relación muy bonita, una amistad preciosa.

Nos confirmaron que hubo un incidente que no dejaba lugar a dudas. Lo cierto es que en octubre de 2008 la chica fue expulsada de las prácticas y perdió su posibilidad de lograr el trabajo. Y Uruñuela fue trasladado a la prisión de Dueñas (Palencia).

En un principio no se dijo nada. ETA tiene mucho de propaganda, era un tema que no interesaba dar a conocer. No era un accidente de tráfico o un infarto para manipular. Uno de los suyos se había liado con el estado opresor, con un uniforme. Así que hubo silencio. Sólo en un blog vinculado a ese mundo se escribieron unas líneas, eso sí, tratando de culpar a Zapatero del asunto. Leemos: “ha sido trasladado por uno de los peores delitos que puede cometer: demostrar que es capaz de amar… Este hecho, amor intramuros, echa por tierra esas teorías (se refiere a que los etarras son monstruos) y muestra la verdadera dimensión de la represión“. Era un texto casi romántico.

Pero era un texto de algún independentista, no de una banda terrorista y criminal como ETA. La respuesta de ETA llegó la pasada semana. Y aunque no entran en valorar el caso de Jorge, que ellos creen que es una debilidad, una rendición terrible, le expulsan, con todo lo que ello implica.

Cuando a un preso lo expulsan de ETA , lo inmediato es que deja de recibir el sueldo mensual que cobra de gente afín a la banda. Ahora los presos buenos reciben unos cien euros al mes, una fortuna en prisión, aunque antes era más, la crisis, ya se sabe. También deja de recibir la suscripción gratuita al Gara. Y por supuesto sus familiares ya no viajan gratis en grupo a verle a la cárcel española donde cumpla condena. Y son esos, los familiares los que más les preocupan.

Primero, pierden todo el grupo de apoyo y de amigos que han tenido. Pasan a ser apestados, sobre todo si viven en algunos pueblos de Guipúzcoa. Luego, llegan las llamadas telefónicas extrañas, luego los insultos y amenazas. Nos contaban especialistas en los servicios de información que han colaborado en la reinserción de etarras que algunos hijos o hermanos pequeños de estos presos arrepentidos son insultados por otros niños, compañeros de colegio o de instituto. Les hacen la vida imposible, vamos.

Hay una historia tremenda sobre esto. La vida de Latasa Guetaria, conocido como Fermín, un criminal terrible, un etarra de la línea más dura. Fue uno de los encargados de matar a Yoyes, la etarra que dejó la banda y se atrevió a volver a Ordizia, su pueblo. Años después, Fermín dejó ETA, rechazó la violencia y también quiso volver. Pero ya no él, su hijo, que entonces era un chaval, ha tenido que emigrar y dejar el País Vasco porque sufría amenazas muy graves.

Es tremendo pero es así, la fuerza de un grupo de asesinos, un grupo mafioso, radica también en ese miedo, en la amenaza real de castigar al que quiere dejarlo. Y esa es todavía la argamasa que mantiene en silencio a la mayoría de los casi 600 presos de ETA –de los que 500 son hombres y el resto, mujeres–. 44 de ellos llevan más de veinte años encarcelados. Y la que hará que la mayoría respalden aunque sea a su manera, las protestas que se han ordenado desde fuera.

Sí, porque, al margen del caso de Uruñuela, hay dos cárceles españolas donde se está agrupando a presos que ya han dicho que quieren romper con ETA. Son las de Zuera (Zaragoza) y Villabona (Asturias). Allí hay casi 40 etarras, entre ellos Jorge Uruñuela, muy críticos con la banda, aunque algunos como Santi Potros, implicado en la matanza de Hipercor, no han sido expulsados todavía, porque son gente con muchos galones, tantos como asesinatos, y la banda no se atreve con ellos.

También Múgica Garmendía, alias Pakito, y Urrosolo han hablado mal de ETA, pero no los echan todavía. Ellos fueron héroes para los etarras jóvenes y su expulsión es mucho más traumática. Les dejan decir y hacer cosas que a otros presos no se les consiente. Y sí, ellos ya forman parte de esos grupos, esos laboratorios de presos que quieren dejar un mundo terrible y cerrado.

Pero eso no siempre sale bien. Mucha gente, no sólo seguidores de ETA, critican la dispersión de presos, creen que los fortalece. La dispersión de presos rompió la mafia, creó grupos más pequeños donde el disidente puede florecer. A veces, evidentemente, no salen bien. Por ejemplo, Makario, que fue del comando Madrid, acaba de ser trasladado a Sevilla. El Estado, vamos a decirlo así, confiaba en que liderara un grupo crítico de presos de ETA en la cárcel de Logroño, pero se dieron cuenta de que estaba haciendo lo contrario, así que, para el sur.

Es una labor artesanal, de información, de inteligencia, nunca mejor dicho, expuesta a muchísimas críticas de las que a veces no se pueden defender quienes la hacen, se ha intentado casi todo.

Ya hablamos aquí de que se toleró la visita de grupos de chicas jóvenes que les daban alegrías a los etarras en prisión. Sí, lo que se llamó comando Pikadero, en los años ochenta y noventa. Ahora estamos en una buena línea. Mientras la Guardia Civil y la policía sigan deteniendo etarras, los que están en prisión que ven entrar cada vez más rápido a sus sucesores tienen mucho tiempo y motivos para pensar. Luego algunos, como Txelis, que fue jefe ideológico de ETA, tienen su propia evolución y se hacen muy religiosos, lo que les hace defender el derecho a la vida… Así que, claro, también le echaron de ETA el pasado año.

Pero volviendo a la primera historia nos preguntamos: ¿qué pasó con la funcionaria? ¿sigue viéndose con el preso? En el ultimo año no le ha visitado nunca en prisión. Compañeras suyas decían que estaba destrozada. No hemos podido averiguar si la historia sigue. En Nochevieja, Uruñuela tuvo un permiso de tres días para visitar a sus seres queridos. Pero no sabemos dónde fue ni a quién vio. Y volvió a prisión, donde le queda aún mucha condena por cumplir.

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