En cualquier caso, lo que al mundo le interesa saber hoy, son los aspectos doctrinales, porque si hay algo claro en Occidente, es que de ninguna manera Europa ni sociedad blanca alguna, puede aprovechar las formas históricas del nacionalsocialismo alemán de los años 30. Las formas estéticas, la simbología, los rituales e incluso la propia denominación nacionalsocialista, son los aspectos temporales y externos que no pertenecen a la esencia de la cosmovisión del mundo, es más, nada de esto fue lo que hizo grande al nacionalsocialismo. Por el contrario, lo que hace del NS una Weltanschauung y no una mera corriente política, son los aspectos metafísicos de la doctrina, es decir: el honor, la lealtad, el culto a la sangre, la libertad espiritual, la capacidad de crear, el arte como elevación, la auto-superación, el socialismo ético. Todos estos conceptos no son otra cosa que valores y estos son atemporales, no exclusivos de los años 30, ya que la causa NS supone una lucha de valores.
De todo esto se deduce que los valores eternos de nuestra raza no fueron creación de Adolf Hitler, ni nacieron con él, ni con él murieron. El Führer luchó por conceptos superiores a él mismo. Es por esto que no debemos caer en el personalismo, pues esta concepción del mundo está por encima de cualquier persona, incluido Hitler. Este pintor austriaco fue la pieza maestra de una organización que cerca estuvo de salvar a la humanidad de las garras del materialismo globalista, en el que el individuo se abstrae de su comunidad racial y pasa a ser un perdido ciudadano del mundo sin raíces y fácilmente manipulable.
Hitler no se planteó la rendición jamás, circunstancia que le hizo ser incomprendido entre varios miembros de la élite militar alemana. Estos no pudieron asimilar la mística de la guerra, sólo eran militares. En cambio, Hitler era un guerrero. Él escribió un capítulo casi mítico de nuestra historia, pero no el último. En lugar de recrearnos con la marcialidad de los desfiles, con los símbolos y los saludos, quedémonos con el último mensaje del Ministerio de Propaganda, cuando tras haber sido derrotados exclusivamente en el plano militar, Berlín, convertida en ruinas, apareció repleta de carteles que rezaban: “Cedieron nuestros muros, pero no nuestros corazones”. (Del prólogo)
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