martes, 2 de febrero de 2010

No al pensamiento único.


"Había una vez, un país en el que los libros eran sospechosos. ¿de qué?
Pues de deslealtad hacia el régimen, de difundir ideas peligrosas, de nadar contra corriente.
Los censores los escrutaban en busca de frases herméticas, iniciáticas, crípticas,
susceptibles de dañar gravemente el consenso mayoritario o de cuestionar siquiera levemente
los cimientos ideológicos.

Algunos libros eran expurgados, otros prohibidos. Los autores eran perseguidos, así que había quien tenía
que huir del país. Los libreros que los vendían eran encarcelados; Los jueces, llevados por un comprensible
celo, enmendaban la plana al fiscal imponiendo penas más severas a los reos que las que aquellos
habían pedido.

Mientras tanto se propugnaba la libertad a los cuatro vientos, se hacía creer que nunca antes se había
podido vivir en una libertad más plena; Se idiotizaba a la ciudadanía y se obligaba a la juventud a crecer
en unos dogmas monolíticos, haciéndoles ver que eran los únicos posibles.

A todo esto, los intelectuales callaban, no fueran a acusarles de connivencia con los herejes.
Las hogueras resplandecían a la luz de la libertad de expresión. La muchedumbre clamaba por
la pureza ideológica, extasiada ante el reencuentro con su propia identidad, sacrificando a los
nuevos ídolos los más preciados valores, sin que apenas nadie osara reclamar el derecho a la propia opinión.

¿La Alemania nazi? La España de 2010".

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